Embarrarse no es lo mismo que empantanarse - Carta a Ignacio Molina


Ignacio Molina es escritor, uno de los más interesantes de su generación. Hace unos meses, publicó un texto excelente que también circuló bastante a través de cadenas de mails, donde explicaba porqué es kirchnerista. Leí ese texto una tarde, en un locutorio, y la verdad es que me sentí movido por la sinceridad de Molina y por la síntesis de una sensación generacional que él había podido captar. Molina no escribe como un kirchnerista furioso, como un militante universitario o como un polemista de bar, o sea, no escribe como un aspirante a arengador político en alguno de los tantos medios oficialistas, sino como una persona que presencia un proceso histórico importante y ante el cual siente que tiene que sentar una posición. Eso me parece un avance importante en relación a algunos otros blogs que son interesantes pero hablan desde una posición tan fuerte, tan convencida de sus verdades, que ahogan un poco a los lectores y expulsan a todos los que se permiten dudar de su orientación política por diferentes vueltas de las historias personales, políticas, familiares. No hay canchereadas en el texto de Molina, no hay cinismo. De hecho, la falta de cinismo de ese texto me parece una de sus virtudes principales. Si Aníbal Fernández elige convertirse en una suerte de Justin Bieber de los medios, trazando una línea tajante entre vida cotidiana y política como espectáculo, Molina escribe desde el llano, desde la contundencia de lo material. Acá abajo, seguro que con menos brillo que él, voy a marcar algunas cosas que me gustaría decirle a ese texto, a Molina, y a todos los que, como yo, se sintieron identificados con sus palabras.

Molina enumera muchas de las conquistas de este gobierno, que tienen que ver con un modelo. Un modelo, es de los Kirchner, que sin dudas tuvo muchísimas cosas buenas. Pero me parece que en el texto hay una cuestión retórica, y no digo esto en términos despectivos sino en términos de belleza de la escritura, que encadena elementos que analíticamente son complicados de ligar. En el texto se apoyan decisiones que tienen que ver con acciones del gobierno que construyen presente en base a una necesaria acción para con el pasado (sacar el cuadro de Videla de la Rosada, el apoyo a las Abuelas de Plaza de Mayo, la recuperación de la ESMA, etc.), y me parecen acertadas. Después, se enumeran una serie de cuestiones que tienen que ver con el presente fabricando presente, y remiten al fortalecimiento del Estado como un actor clave en la sociedad futura (la asignación universal por hijo, la reducción de los índices de desempleo, el aumento del presupuesto educativo, entre muchas otras). El gran acierto del texto coincide en dejar en claro que unas –las del presente, las del crecimiento económico y el fortalecimiento del poder político sobre las fuerzas del mercado- no pueden desvincularse de las otras –la mirada sobre el pasado, las políticas de derechos humanos que remiten a la nefasta dictadura militar.

También me gustó la posición que asume Molina como escritor. No se pone por fuera o por encima de la sociedad, sino que está adentro. Nos da claves para entender su trayectoria personal, y de ahí los vínculos entre biografía e historia, entre sentimientos y política. Cuenta su experiencia de paternidad, el abandono de ciertas actitudes adolescentes y “vanguardistas”, el antiperonismo de su padre. Es honesto y dice: estoy acá, vengo de allá, ahora pienso así. Para crecer es necesario embarrarse (las figuras de la suciedad y la pureza son muy fuertes en todo su texto: nadie está del todo limpio, y por eso el purismo es adolescente, o sea no maduro). Todo eso me parece verdadero. Pero donde no sigo a Molina es en el paso que da después: de la clarificación de las propias condiciones, de la honestidad y la madurez, desemboca en una lógica binaria que es contradictoria con esa visión matizada, reflexiva, sincera.

La lógica binaria que se plantea, y que es la misma que recrea el poder, el discurso estatal, es la del “nosotros o fojas cero”. La gran contradicción de estar a favor de las instituciones, de la democracia, del crecimiento político de la sociedad, y al mismo tiempo del atrincheramiento interminable en el poder de una pareja de políticos –los Kirchner- que ha demostrado su gran dificultad para formar figuras nuevas en las cuales se pueda delegar siquiera una mínima instancia de decisión, es una posición inmadura, que peca del mismo cariz adolescente que se pretende criticar. De hecho, Molina acepta la “suciedad” de aquello que revindica como única-opción-posible:


“me siento kirchnerista no porque sea un adulador incondicional de Néstor y de Cristina sino porque sé que sus zonas oscuras y las presuntas mafias que las sostienen no son patrimonio exclusivo de este movimiento sino de toda la sociedad, y nadie tiene por qué sentirse al margen de ella; soy kirchnerista porque creo que para cruzar el río hacia la orilla más limpia primero hay que embarrarse los pies.”

El kirchnerismo tiene, para Molina, sus zonas prístinas –los discursos de la Presidente, que por una cuestión de historia personal me parecen fríos y organizados alrededor de tres o cuatro tópicos que se reacomodan en forma random, sin avanzar- y sus zonas oscuras. Pero en la lógica de la única opción posible se traslada a la sociedad esas impurezas, y de esta forma se justifican cosas como “las presuntas mafias” que tendrían que estar más en la agenda de reclamos también mencionada por Molina –nombra a la Ley de Entidades Financieras- que en la columna de lo “inevitable en todo proceso político”. Este juego de claroscuros entre zonas limpias y zonas sucias, sin embargo, queda sepultado bajo otra de las caras del “nosotros o nada”: esa que hace parecer equivalentes a todos los “enemigos” del gobierno. ¿No fue siempre eso una característica del neoliberalismo, del pensamiento único? Como si apoyar algunas cosas y disentir en una matriz fundamental a la hora de pensar la convivencia, el estar-juntos, que hace a la política de la misma manera que el enfrentamiento, significase estar a favor de los militares o del “próximo gobierno de derecha”.

Al igual que Molina, revindico el final de la era de la boludez que implicó el Kirchnerismo. Pero, a diferencia suya, todavía me permito imaginar un gobierno que no renuncie a todos los avances ni al modelo pero que busque una transformación en la cultura política. Quiero nuevas caras, quiero que el peronismo, único partido al que considero con vocación y capacidad de gobierno por muchas de las razones que Molina enumera, consiga finalmente que el país de su salto de calidad, y considero que uno de los primeros pasos para eso es mostrar una preocupación igual o mayor por aquello que sucede en las provincias que a las tapas de Clarín. Quiero menos Laclau y más trabajo genuino. Quiero apoyar a un gobierno por las oportunidades que abre para pensar de nuevo lo político, y no por los enemigos que tiene. Quiero que los ciclos administrativos no duren más de ocho años, y presenciar en vida la renovación de la dirigencia política en este país, en lugar de revindicar a aquellos que no han sabido ni querido formar nuevas camadas de líderes con vocación y formación técnica. Quiero institucionalidad en el discurso pero también en las prácticas. Quiero embarrarme los pies, pero sin empantanarme en un ciclo que ya dio todo lo que tenía para dar, y también quiero soñar con otro peronismo, un peronismo Federal y renovador, no atado a viejas figuras de la vieja política como Felipe Solá o Duhalde.

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3 Responses to Embarrarse no es lo mismo que empantanarse - Carta a Ignacio Molina

  1. Anónimo says:

    Muy bueno el post che. Lo de Molina está bien, lo leí en su momento, pero es justo reclamar un punto más. Termina siendo conformista y torpe, creo que al kirchnerismo le cabe una superación peronista peronista.

  2. Anónimo says:

    ¿quién es Ignacio Molina? Kircher se cae

  3. Anónimo says:

    ¿Qué es esto? la juventud chubutense? el peronismo da para todo...

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