El otro día fuimos al cine a ver El Hombre de al lado, la nueva del dúo dinámico Cohen-Duprat. La verdad que está buenísima: te hace pensar y además tiene muy buenas actuaciones. Lo que se cuenta, si tenemos que poner un título, es la lucha por un espacio vital en las narraciones políticas. Esta lucha es alegorizada a través de disputas domésticas: hay un diseñador re paquete que vive en una casa diseñada por Le Corbusier al que un vecino del barrio le agujerea la pared porque necesita un poquito de sol.
El blog Verboamérica había hecho una lectura interesante, de esas que te pinchan para sentarte en la butaca. Y acierta en resaltar una duplicidad: el combate entre vecinos puede leerse, de una parte, como la lucha entre sectores sociales beneficiados por el neoliberalismo y un estado que, supuestamente, estaría administrando una redistribución de la riqueza, más que nada a partir de la derrota electoral producida en las últimas legislativas. Por otra parte, la lucha entre Spregelburd –el diseñador cheto- y Aráoz –el vecino- muestra otro nivel de lectura, donde las que se enfrentan serían las voces oficiales del kirchnerismo y las voces oficiosas encarnadas por la militancia kirchnerista. Unos más jugados y auténticos –los “metralletas”, digamos, que reclamarían un poco de sol- y otros más responsables y caretas –los @FernandezAnibal, digamos, que les pedirían “responsabilidad”.
El final preanunciado es trágico, y no lo contamos del todo para no pinchar globos. La juventud maravillosa, los “grasitas” 2.0, terminan aniquilados bajo la complicidad de los que están más interesados en conservar sus lugares que en auxiliar a los que “arriesgaron” por ellos. Son, con seguridad, las imágenes del desencuentro entre una generación que hizo lo que pudo y una clase política que nunca estuvo preparada para gobernar y muchos menos para renovarse.
Pero esta lectura admite varios matices. En el primer nivel, el Estado no se enfrenta tan claramente con estos sectores sociales preocupados por mantener las cosas como están. Por el contrario, el kirchnerismo, sin olvidar sus aciertos, establece un particular sistema de alianzas que tiene como objetivo primero garantizar su propia reproducción en el poder desde ahora y para siempre, y después producir algunas mejoras posibles en base a negociaciones y consensos. La estrategia no se orienta, por ejemplo, a terminar con la pobreza –para esto haría falta una política social a largo plazo- sino a paletearla, a surfearla hasta las elecciones y después vemos. Siempre hay un después, y siempre ese después los tiene a ellos, el dúo dinámico Kirchner-Kirchner, como actores principales. Por eso, decir que este gobierno “espía la intimidad” de los sectores propietarios, como Aráoz espía la de Spregelburd, es cierto y falso a la vez. Esta ambigüedad, muchas veces, opera en base a choques –siempre declamatorios- y a arreglos –siempre secretos-. Ahora vamos con una idea. Se nos ocurre que si la relación Aráoz-Spregelburd graficase la relación Estado-grupos dominantes ambos serían vecinos, sí, pero en un country que proyecta una cancha de golf y para eso necesita planear como “reubicar” a los habitantes en un asentamiento. Es verdad que Aráoz muestra una posición de poder, cierto tono bravucón y amenazante que podría ser asociado al funcionariado actual. También que Spregelburd porta una gran cantidad de tics que caracterizan a la nueva burguesía del diseño. Pero aquello que no aparece, lo que no se puede decir, son los vínculos, lo que hay en común entre ambos, y que los une en contra de la justicia social. Por eso, además de ser una buena peli, El hombre de al lado es una fantasía progresista construida desde el mismo tipo de enunciación de lo nacional y popular que aparece en los medios 2.0: el artificio, la declamación de aquellos que, con buenas intenciones, pagan un monotributo simbólico de buena conciencia a través de una guerrilla semiológica simulada en lugar de pensar en alternativas.
El segundo punto tiene que ver con la oposición jauretcheana entre el tilingo –Spregelburd- y el guarango –Aráoz- que plantean los amigos de Verboamérica. Nos parece que estos arquetipos, que son así en la película, no funcionan porque justamente en el segundo nivel de la oposición (digamos los funcionarios vs. los metralletas) ninguno es del todo “tilingo” ni ninguno es del todo “guarango”. Hay más continuidades entre la patria sublevada punto blogspot, esa tribu urbana, y los tilingos de Palermo, que entre ellos y los militantes territoriales del peronismo real en todo el país. Hay más continuidades, también, entre un funcionario de primera línea como el Guiyo Moreno con el “grasa” actuado por Aráoz que con el diseñador que hace Spregelburd.
De todos modos, otra vez es cierto que Aráoz tiene muchas simetrías con la trayectoria del célebre “Metralleta” Carrasco. Dos veces logra el susodicho penetrar en la casa del “tilingo” (si seguimos la discursividad kirchnerista, de los medios): la primera lo hace triunfalmente, baila y se emborracha: subvierte. En la segunda le va horrible. Aquellos a quienes iba a defender lo dejan de lado, tratándolo de “irresponsable” en forma implícita.
Pero las cosas, otra vez, no son tan claras si en lugar de “sectores dominantes” decimos clase media. Porque lo notorio de la relación del kirchnerismo con la clase media “tilinga” es que sus formas de decir y de percibir el mundo son intercambiables. El kirchnerismo no es ni Aráoz ni Spregelburd, sino los dos a la vez. Es Aráoz no cuando subvierte, sino cuando busca reconocimiento de la "tilinguería". Es Spregelburd no sólo cuando traiciona, sino también cuando se posiciona desde una discurso moralmente superior, didáctico, y genera rechazo. La construcción de ambos personajes expresa además la mirada condenatoria, esquemática y esquizoide que tiene el kirchnerismo, y sus intelectuales orgánicos, cuando intentan posar sus ojos sobre la clase media.
Igual, desde ya recomendamos a la peli. No sólo porque es entretenida y porque el final apresurado sea un mal menor. Más bien, porque nos ayuda a entender las formas estereotipadas en que los productores culturales de clase media, abusando un poco de la complicidad de sus espectadores, miran a la sociedad desde el prisma que les proveen sus representantes políticos.
muy bueno el post aunque un poco forzado en algunos momentos hay otros momentos de verdad pero me gustó que Araoz no represente a los "sectores populares" que es lo que más inmediatamente sugiere, asi es más "sutil" digamos, no?. ¿vieron q Carrasco dijo que le gustaba su blog en twitter? ¿se conocen? porque ustedes kirchneristas creo que no son
Saludos!
Luifa
no comento, pero leo. Abrazos!
LC
buen análisis, pero me pregunto cuál es la lectura que se desprende de esto. la verdad que a la película la critican fino, pero no tiene mucho valor "cinematográfico", está medio ajustada para que sea una película dasnevista, je. igual está bastante creativo, ¿cuánto estuviste pensando?
No es una película dasnevista master, sino que expresa, en una suerte de retorno de lo reprimido, los prejuicios de la clase media kirchnerista que integran Cohn y Duprat, que son los mismos prejuicios de un kirchnerismo que gobierna para una clase media alta que nunca pudo seducir, justamente por ser su caricatura progresista.
saludos, y gracias por pasar!
Noesperonismopop
el kirchnerismo gobierna para una clase media alta???me interesaría que ahonden un poquito mas en esa idea compañeros...no creo estar muy de acuerdo pero estaría bueno leerlos al respecto,fundamentalmente para analizar,de paso,la relacion clase media-peronismo..la del primer peronismo,la de los 70,la del menemato,la de hoy..y la de mañana,porque no (sobre todo si el compañero das neves es el proximo presidente)..
un abrazo fuerte..
interesante el post...
juan